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APALABRADOS

UN CUENTO DE CARNAVAL

Carnaval, tiempo de permiso para lo prohibido, de ser otro aunque sólo sea por un rato. Tiempo en que la vida y la muerte están tan cerca...

Les acerco un excelente cuento de Humberto Constantini que leí hace muchos años, a instancias de un docente del profesorado de Letras, el profesor Julio Arch, admirador -como yo- de Cortázar. 

 
          UN BOMBO QUE SUENA LEJOS   

E hizo lo recto en ojos de Jehová

II Cron. 34,2

Este año no salimos. Me lo dijo el César. Y hacía morisquetas para no llorar. ¡Si será pavo!

Pero Los Divertidos salen. Te lo digo yo César. Te lo digo yo que soy el director. El sábado estoy mejor y salimos.

¿Qué? ¿No creés? ¿No ves que sos un pavo? ¿no ves Coco que éste es un pavo?

Pero el Coco se miraba los pies y no decía nada. Andaba como perdido, sin saber qué hacer en la pieza. Che Coco, ¿qué te pasa? ¡Che Coco!

El frío. ¿Por qué tiene que venir esto? El frío es como una mano que me agarra. Como un diablo que me dice: Estaré ahí, Barraza, no te muevas. ¡No quiero! ¡Sáquenmelo de encima al diablo! ¡Si yo estoy bien!, ¿no viste cómo bailaba Coco?

Tengo frío. En la ventana el cielo se está poniendo rojo. ¿Qué hora es? Hay que prepararse Coco. Avisale a todos.

El bombo. ¿Trajiste el bombo Coco?

Y el Coco se callaba la boca. Miraba el suelo.

¿Por qué Coco? ¿Por qué te callás la boca y andás como escondiéndote? ¿Vos Coco? ¿El mejor tocador de bombo? ¡Que no se diga!

Porque vos sos el mejor de todos. Sin vueltas. Cuando te dejamos solo hacés lo que querés con el bombo. La gente te aplaude. Se vuelve loca. Por la espalda, por abajo la pata. ¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco! ¡Más ligero! ¡Dale Coco!

Pero yo soy el director. Yo siempre fui el director. ¿No es cierto Coco? Este año, y el año pasado, y el otro, y el otro. Siempre.

La murga de Barraza, le dicen a Los Divertidos. Eso vos lo sabés.

Yo seré un negro atorrante. Está bien. Por ahí salgo con el carrito y vendo fruta. Por ahí changueo en lo que venga. Por ahí no hago nada. Te acompaño cuando vas a trabajar al Parque o me quedo jodiendo en el boxing-club. Una semana, un mes, lo que sea.

Pero en Carnaval soy el director. Soy Ovidio Barraza. La gente me llama, me conoce, me dice: ¡chau Barraza! Y me miran como embobados.

No soy un negro atorrante. Soy el director.

¡Coco! ¡No te quedés callado como un pavo! ¡tanto que me hacías reír en el Parque y ahora te quedás allí, quieto, como si tuvieras miedo o no sé qué!

¿Te acordás Coco? ¡Tres pelotas un peso! ¡Tírele al negro! Vos también sos un negro atorrante, sos mi primo. Sos un negro atorrante como yo. ¡Mucho Coco! Sacabas la cabeza por la lona y te reías. La cargabas a la gente. ¡Tres pelotas un peso! ¿Te acordás Coco?

Pero no le pegaban. El Coco sabía esquivar. Había aprendido en el boxing-club. Era bueno antes.

El Coco es el mejor tocador de bombo. El mejor de todos. Los Divertidos lo necesitan y él se viene. Pero no es lo mismo que yo.

Si yo le digo por ejemplo: este año no salimos. Él me dice: está bien. Y el César y mi hermano Julio, y todos se amargarían un poco pero al final dirían: está bien.

Pero yo no digo: ¡está bien! ¿Entendés César? Yo no digo: no salimos. Porque yo soy Ovidio Barraza. Soy el director.

¡Atención muchachos!

—Vos César, allí con el estandarte. Vos Coco, allí al costado. Vos Julio en el medio conmigo. ¡Ahora!

Y póngale y póngale y póngale nomás
y póngale y póngale y póngale nomás.

Y la gente nos hacía rueda en la esquina. Se apretaban para mirar. Venían de todos lados.

El Coco le pegaba al bombo y a los platillos. El César movía el estandarte. Bum... chs chs chs, bumm... chs chs chs.

Y los otros bailaban. Yo les había enseñado. Movían el cuerpo, los brazos, saltaban. Bumm... chs chs chs, bumm chs chs chs.

Y Julio me seguía, bailaba delante de mí. Pero yo en el medio. Saltando más que los otros, más alto, más ligero. Porque soy el director. Y nadie baila como Barraza, ¿no es cierto Coco?

Abría la boca, me levantaba en el aire, me doblaba, más alto, mucho más alto que los otros. Bumm... chs chs chs, bumm... chs chs chs.

Después levantaba el brazo y el Coco paraba el bombo. Todos se quedaban quietos. Me escuchaban.

Un pajarito entró
por el patio de un convento
qué contentas estaban las monjas
con el pajarito adentro.
Y póngale y póngale y póngale nomás,
y póngale y póngale y póngale nomás.

En la calle. Bajo el farol de la esquina. Viendo cómo los pantalones blancos y las levitas coloradas se sacudían en el aire. ¡Dale Coco! ¿Más fuerte Coco!

Tengo frío. En la ventana el cielo está rojo. Y el cielo tiene ruidos. Los pibes, un carro que pasa. ¿Por qué empiezan ya? ¿Por qué no esperan a Los Divertidos?

¡Carmen!

Los muchachos no están. Estoy solo. La pieza. Ese cajón con los remedios. Coco está trabajando en el Parque. El César no entiende nada.

¡Carmen!

Mi hermana está en la cocina. Oigo el ruido de la pileta.

¡Carmen!

Algo más para taparme, che, tengo frío.

El frío debe venir de ese cielo rojo. Se mete debajo de las cobijas. Hace mover la cama.

Pero el sábado estoy mejor y salimos. Te lo digo yo, César. Vos no entendés nada. Te lo digo yo que soy el director.

¡Atención muchachos!

Y cantábamos otra y otra. Todo el repertorio. Todas las letras que hice yo.

La gente se entusiasmaba y aplaudía y daba la plata sin fijarse. Porque Los Divertidos es la murga de Barraza. La mejor de todas.

¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco!

Y nos íbamos yendo en fila por la calle. Bailando. Julio delante de mí dando vueltas. El César moviendo el estandarte. Y los demás saltando, agachándose, bailando fuerte, mostrando resto ¡qué joder! Por algo somos Los Divertidos.

Y póngale y póngale y póngale nomás,
y póngale y póngale y póngale nomás.

Y de ahí a otro lado. Y de ahí al corso. Y a otro corso. Y al baile. Y otra vez en la calle. Cinco, seis, siete veces, ¡qué sé yo! Sin parar una noche. Sin aflojar. Porque Los Divertidos no aflojan.

¡Dale Coco!

El sábado, el domingo, chupando, cantando, bailando en forma. El lunes, el martes, meta y meta nomás. Entusiasmando a la gente. ¡Chau Barraza! ¡Chau pibe! Porque yo soy el director.

Al corso del Talar entramos por Argerich. La gente nos esperaba. Nos conoce bien. Es el corso nuestro. ¡Barraza!, me gritaban, pero yo no podía mirar. Tenía que atender a la murga. ¡No se separen muchachos! Y fuimos llegando al palco uno por uno.

¿Qué? ¿Ya estuvieron Los Revoltosos? ¿Los de Urquiza? Pero el premio es nuestro. Estate tranquilo. ¡Dale Coco!

Y el Coco nos hacía bailar más fuerte, más ligero. Porque el corso del Talar es el nuestro. Se jugaba entero el Coco.

Se quedó solo en el medio y todos nos quedamos quietos viéndolo tocar. ¡Dale Coco! ¡Mucho Coco!, le gritaban.

Por la espalda, por abajo la pata, por atrás del pescuezo. Hace lo que quiere con el bombo el Coco.

Estoy cansado Julio, no sé lo que tengo.

Las piernas me pesaban. Las luces me daban vueltas.

Salimos del corso y fuimos a tomar una copa. Tomé dos cañas. Después nos convidaron de las mesas y tomamos vino. La gente se había amontonado en el café y nos pedía que cantáramos.

Pero a mí me dolía todo. Me pesaba el cuerpo.

Dale Coco. Y el Coco empezó a golpear el bombo despacito, para que fuéramos haciendo la rueda.

Estaba cansado. Ya era la cuarta noche. Pensé que casi no había comido. Chupado sí, pero comido casi nada. Ha de ser eso nomás.

Pero después entre la caña y el vino se me empezó a ir el cansancio.

¡Dale Coco! Ahora.

Un pajarito entró
por el patio de un convento

Las caras de la gente se me borraban. El bombo tocaba lejos, lejos.

Qué contentas estaban las monjas

La voz me parecía de otro. Julio me preguntó: ¿qué te pasa?

Con el pajarito adentro...

¡Solo Barraza!, me decían. Y yo bailé. No lo sentía al cuerpo. Me agachaba, saltaba en el aire. Más alto, más arriba que todos. Para eso soy el director. La gente aplaudía. Alguien dijo: es bueno el negro.

¡Y claro que somos buenos! Somos Los Divertidos. Los mejores.

El premio es nuestro. Estate tranquilo Julio. No tienen nada que hacer Los Revoltosos.

Y póngale y póngale y póngale nomás,
y póngale y póngale y póngale nomás.

Toda la noche. Hasta la madrugada.

Fue recién al volver. No sé que me pasó. Estaba muy cansado. Tenía frío. En eso sentí como un ahogo y me agarré a Julio. Me metieron en el camión y me llevaron.

Las luces eran espejitos de colores que pasaban volando allá arriba.

¿Adónde van las luces Julio?

La levita colorada agarrándome la frente. Y un zumbido largo, largo, contra el brazo de Julio. Un algodón que me tapaba los ruidos.

¿Dónde quedaron los muchachos? Mañana a las cinco en casa, ¿oíste?

Eso me llenaba la boca, que me ahogaba.

El camión metiéndose en calles conocidas. La música de un baile. Las gomas chillando al pegar las vueltas. Los árboles de la plaza de Devoto.

Julio, ¿qué te dijeron en el hospital? Yo no entiendo eso.

Hoy lo oí al de la asistencia. ¿Qué quiere decir?

¡Está loco el tipo! El sábado estoy mejor y salimos. Se lo digo yo doctor. Usted no entiende nada, ¿me oye?

La ventana está roja. Como si tuviera fiebre.

Y sin embargo me manda el frío mezclado con las voces de la calle. Y entre las voces... sí sí, ¡un bombo! ¿Quién toca el bombo ahora? ¡Coco! ¡Coco!

Pero el Coco no es. Está trabajando en el Parque. Y yo estoy aquí. El frío me agarra, no me deja mover. ¡El bombo! ¿De dónde viene el bombo?

¡Coco! ¡Vos saliste solo! Estás tocando en la esquina y la gente te aplaude. ¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco!

No no no. Coco se miraba los pies y no sabía qué hacer aquí. Y el César hacía morisquetas para no llorar.

Julio, ¿qué quiere decir galopante? Yo no entiendo nada Julio. Yo no me voy a morir. Porque yo soy el director. ¿No es cierto Julio?

Tengo frío. Las cosas me miran y tampoco entienden nada. Me dejan solo.

¡Julio! ¡Julio!

No quiero estar solo. Por la ventana llega el cielo y me trae el frío. El bombo suena lejos. ¿En qué barrio? Pero viene por el aire y se mete en la pieza.

Hacelo callar Carmen. ¡Andá vos Coco! Sacale el bombo de la mano. Mostrale lo que sabés hacer. ¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco! ¡Más ligero!

Un pajarito entró
por el patio de un convento
qué contentas estaban las monjas
con el pajarito adentro.

No soy un negro atorrante. Soy Ovidio Barraza. Soy el director.

La ventana está roja. Toda la pieza está roja.

¿Por qué no decís nada Coco? ¿De veras pensás que estoy listo? ¿Es cierto Coco? ¿Es cierto que me voy a morir?

¡Vamos a buscarlo al bombo! ¡Vamos a toparnos! Yo soy el director y me paro adelante. ¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco!

Por la ventana roja. El frío que viene del cielo.

Acercate Coco. Dame la mano. Te acordás cuando sacabas la cabeza por la lona. Pero no te pegaban. Sabías esquivar.

Lloro sí. Lloro porque el Carnaval se me escapa. Es un bombo que suena lejos, en otro barrio. Y yo no puedo correrlo.

¡Dale Coco! ¡Correlo vos Coco!

Los Divertidos no salen. Los Divertidos están mirando esa ventana roja por donde se mete el frío.

Y el frío viene mezclado con los golpes de un bombo. Pero no es el tuyo Coco. Es otro bombo.

¡Chau Barraza! Y yo levantaba la mano para saludar.

Decíselo vos Coco. Decile a la gente. El negro Barraza muere en su ley. Muere el director de Los Divertidos. No un negro atorrante.

Decíselo vos Coco.

¡Dale Coco! ¡No parés Coco! ¿No ves que la ventana se pone negra? ¿No ves que se está tapando el cielo?

¡Dale Coco! ¡Más fuerte Coco!

Humberto Costantini 

 (Buenos Aires, 1924 - Buenos Aires, 1987) fue poeta, narrador y dramaturgo.Costantini ejerció a lo largo de su vida, junto a su casi secreta labor de investigador científico, los más diversos oficios: veterinario en pueblos de campaña, oficinista, corredor de comercio, ceramista, etc. Estas actividades le ayudaron a profundizar en el conocimiento y los matices que forman las capas medias de nuestra sociedad, con cuyos caracteres y lenguajes enriqueció su prosa. Heredero del grupo de Boedo y de la preocupación social que lo definiera, Costantini participó y militó en las revistas literarias de izquierda de la década del 50 en las que se manifestó de manera polémica contra el populismo y el pintoresquismo naturalista. Fue por entonces cuando publicó sus primeros cuentos, de temática realista y estilo expresionista. A lo largo de su obra, Costantini construyó una personalidad literaria definida, que se valía de distintos recursos como los símbolos y las alegorías, los monólogos interiores de sus personajes, la literatura fantástica, el realismo mágico, el costumbrismo y hasta la mitología clásica, para abordar la que fuera, en definitiva, su principal obsesión: la alienación del hombre en una sociedad hostil.  

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