UN REGALO DE FIN DE AÑO
¡Acabamos de recibir un regalo de fin de año! El poeta y narrador Roberto Moscoloni, quien este año nos visitó en la escuela para contarnos bellas historias, nos regaló este cuento. Ojalá les guste tanto como a mí.
HISTORIA DE AMANTES 28
En un bosque del sur, cuentan una leyenda que habla de la palabra.
Se dice que se conocieron por caminos de la vida, que intercambiaron miradas y después se fueron de ellos mismos, para necesitar saber el uno del otro y escribirse.
Cartas distraídas comenzaron a viajar por el sendero de los lagos, la espesura de las ciudades pobladas de palabras vacías. Atravesaron el mar hasta enquistarse en una y otra mirada, juntarlas, amalgamarlas y dejar que pusieran formas de reencontrarse.
En la época de las frutas de carozo ella hablaba con sonidos de miel y repasaba mitos orientales. Buscaba en los sonidos…canciones
No son frecuentes los encuentros en bosques del sur llevados por la palabra y menos entre personas que sólo buscan ser poesía.
Vecinos de la zona dicen que alguna vez vieron bajar un hombre desde la zona del Dique Ameghino que llevaba en sus espaldas una luminosa mochila con libros de los autores más reconocidos y menos leídos, que en él pasaban a ser los libros más bellos de la zona.
Otros lugareños hablan que una mujer con largas polleras y los ojos de páginas de arroz recorría la ruta del desierto dejando sobre las rocas milenarias las marcas de su sexo.
Lo cierto es que en un lugar del sur, cerca de los bosques que rodean un lago, ellos se encontraron y sin mediar palabras abrieron sus libros, sirvieron té con sabor a mosqueta y michay y dejaron que las palabras fueran parte de las miradas.
Ella mojaba su dedo índice en la boca de él y pasaba hojas que leía en silencio y que él escuchaba desde su alma. La ceremonia hacía que durante toda la noche las velas estuvieran prendidas y que desde la chimenea se esparcieran humos rojizos y azules.
La casa del bosque tenía un caminito de piedras que eran pisadas por enamorados que se acercaban a ver por la ventana la ceremonia de las lecturas en silencio. Muchos regresaban diciendo que la casa estaba vacía y las viejas del pueblo aseguraban que en ellos no había amor por eso no podían sentir su presencia.
La casa se fue llenando de libros que dejaban en la puerta con dedicatorias de todo tipo, algunas personales entre las parejas que asistían y otras dedicadas a la pareja que supuestamente vivía en la casa.
Siempre se habló de la magia de la lectura en silencio, pero fue una primavera, de esas que nadie repara en los visitantes, que se hizo presente en la zona una pareja de viejitos que quisieron acercarse a la casa del bosque.
Se alojaron en el hotel del pueblo y por la mañana bajaron al comedor con una edición muy vieja del Violín del Diablo, de González Tuñón y otro libro sin tapas de 1929, El Amor y la Poesía de Paul Eluard. Los dos reían y la moza dice haber escuchado que eran los libros con lo que se habían enamorado hacía más de 70 años.
Luego del desayuno, con dos sombreritos de exploradores y una mochila que sorprendía por tener un dibujo de The Beatles, salieron caminando hacia la casa del bosque.
Regresaron muy tarde, ella aún tenía los ojos con lágrimas y él reía maravillado en su expresión.
La moza, que era una escéptica que consideraba que todos los que subían no veían nada y sólo lo hacían para sacarse fotos y mostrarlas a los amigos mas místicos, los escuchó comentar antes de la cena la belleza de haber vivido esa experiencia.
_ Pero ¿los vieron?
_ No sólo los vimos, sino que tomamos el té con ellos. Tenían la misma edición de Paul Eluard y durante tres horas compartimos las lecturas en silencio y escribimos poesía.
Todos los que estaban en el hotel los miraron a sabiendas que los viejitos mentían, pero les produjo mucha ternura pensar que a esa edad aún creían en la Fábula de las Palabras.
Pidieron la cena y él leía un libro en silencio mientras ella se emocionaba como si estuviera escuchando lo que leía. El resto de los comensales de esa noche no podían dejar de mirar a los viejitos y la moza escéptica había comenzado a dudar de su posición.
Pidieron de postre milhojas y licor de grosellas y aun en silencio la mujer comenzó a meterle los dedos en la boca a su compañero y cuando los sacaba casi babeando, apoyaba sus dedos en un cuaderno, escribiendo las poesías más bellas de amor, que fueron dejadas en la Casa del Bosque y aún hoy son leídas por los enamorados que juran amor eterno.
Roberto Moscoloni
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