DÍA DE LA MEMORIA
Muchos se quedaron, siguieron oliendo el aire, que ya no venía de rosas ni de gloria sino de muerte, de ausencia, de manos vacías... Porque esta tierra ya no era su tierra sino -apenas- tierra. Tierra-trinchera, tierra-celda, tierra-tumba. Tierra-cuna de niños sin nombre o -lo que es peor- con otros nombres que probablemente no hubieran sido los elegidos por sus padres legítimos (noveles e involuntarios moradores de la tierra-tumba). O tal vez sí, quién sabe.
No alcanzaron estas más de tres décadas para restañar heridas, para recuperar el nombre propio, para no dejarse ganar por el sobresalto frente a un portazo o a una frenada abrupta a mitad de la noche.
Sólo cuando el último genocida haya purgado su culpa -y nunca será suficiente el castigo- ; cuando el último nieto se haya encontrado con su familia de sangre; cuando la tierra vuelva a ser la madre tierra, la que cobija y da alimento; sólo entonces -tal vez- nuestros muertos puedan descansar en paz.
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