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APALABRADOS

POR LA MEMORIA - 30 DE AGOSTO Día de la Vergüenza del Libro Argentino

Chicos, si creían que lo que leímos en "Farenheit 451",de Ray Bradbury era pura ficción, lean el artículo que sigue y confirmarán que a menudo la realidad supera la ficción.

Quema colectiva de libros en Córdoba

El Regional Patagónico del Plan Nacional de Lectura recuerda el Día de la Vergüenza del Libro Argentino que se conmemora por la quema de más de un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina

El 30 de agosto de 1980 la policía bonaerense quemó en un baldío de Sarandí un millón y medio de ejemplares del sello, retirados de los depósitos por orden del juez federal de La Plata, Héctor Gustavo de la Serna. Los libros ardieron durante tres días. Cabe aclarar que no fue esa la única vez que la dictadura quemó libros. El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano… Dijo que lo hacía “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas… para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos”. Y agregó: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”. (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).

 Al mismo tiempo la dictadura militar iniciaba un juicio contra Spivacow, quien antes del CEAL había sido director de EUDEBA (Editorial de la Universidad de Buenos Aires) en su época dorada y uno de los fundamentales actores de la renovación y consolidación del público lector de Argentina en las décadas del ´60 y ´70.

 La inmensa fogata se realizó ante testigos de la misma editorial y se sacaron fotos para dejar constancia de que "los libros no habían sido robados sino quemados".

No fue un caso único: se habían quemado también las existencias de la editorial de la Fundación Constancio C. Vigil de Rosario, que no estaba vinculada con Editorial Atlántida y que había realizado una formidable obra de difusión cultural y educación popular en todo el Litoral. Se había allanado y clausurado Siglo XXI Argentina y encarcelando a sus directivos. Se habían volado librerías con explosivos. Habían desaparecido editores, como Alberto Burchinon, Roberto Santoro, Carlos Pérez, Héctor Fernández, y una decena de empleados y colaboradores de editoriales, sin contar poetas y redactores.

 La represión no sólo afectó a las empresas productoras y distribuidoras de libros sospechados de "subversión" sino que se materializó en desapariciones y asesinatos de las personas que significaran una "amenaza" para el proyecto dictatorial, quienes debieron enfrentar los embates de la represión estatal, convencida de la necesidad de "depurar" la cultura argentina.

 

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