OTRA VEZ ¡AL TEATRO!
En el marco del programa Formación de Espectadores, el próximo viernes tendremos oportunidad de ver Ilusión de la directora Leticia Manzur.
ILUSION, EL DEBUT COMO DIRECTORA DE LETICIA MAZUR
Por Carolina Prieto
para Página 12
El movimiento y la emoción Apoyándose en el trabajo de los talentosos Margarita Molfino y Pablo Castronovo y utilizando la tecnología como recurso y no como objetivo, Mazur ofrece una pieza breve y encantadora. Leticia Mazur esta allí donde se cocinan muchos de los trabajos más cautivantes y vertiginosos de la danza independiente. Creó e interpretó Secreto y Malibú junto a Inés Rampoldi (y Diana Szeimblum en la dirección), Watts (también en dupla con Rampoldi más el dj Paulino Estela) y Guarania Mia, con Carlos Casella y Rodolfo Pran-tte, construyendo siempre mundos poéticos, extrañados y salvajes o bailando con energía descomunal al ritmo del beat electrónico y bajo el riesgo de la improvisación en vivo. Con 30 años recién cumplidos, la coreógrafa y bailarina acaba de estrenar su primer trabajo como directora, para el que convocó a dos de los más talentosos y jóvenes intérpretes de la danza indie, Margarita Molfino y Pablo Castronovo. Juntos pergeñaron Ilusión, una pieza breve y encantadora que apenas roza los cincuenta minutos y se disfruta con los sentidos como si fuera un cuento fantástico animado. Sobre el escenario de la sala principal de El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), donde se presenta todos los viernes a las 21, unas columnas, una araña que cuelga en un vértice, un espejo y una pared de madera –que funcionará como pantalla– sugieren un espacio despojado y con aires antiguos. Allí irrumpen con frenesí los protagonistas para desarrollar una serie de situaciones que giran sobre el encuentro amoroso y las inevitables dificultades del caso, desde un lenguaje más metafórico que literal, teñido de humor y bastante alejado de lo cotidiano. Ellos lucen un vestuario con reminiscencias de época y a la vez moderno (un gran trabajo de María González), lo suficientemente cómodo como para generar escenas de gran despliegue físico en las que ella intenta seducirlo con artimañas de todo tipo (infantiles, ridículas, ingeniosas o sexies), mientras él permanece bastante más ocupado en sus dotes de ilusionista. Todo bañado por una banda musical que reúne desde melodías de Bach y Vivaldi hasta una exquisita versión de “Love Me Tender”, a cargo de los actores y cantantes Daniel Cúparo y Carlos Casella (El Descueve), pasajes instrumentales rockeros o hipnóticos con aportes de Andrés Ciro Martínez (Los Piojos), Mariano Martínez (Ataque 77) y Diego Castellano (Babasónicos). Bajo este manto musical ecléctico y sugestivo, los cuerpos se enlazan en dúos impecables de mayor o menor violencia; pero también hay ciertas partes del cuerpo (como los juegos que realiza Molfino con sus increíbles omóplatos) y ciertos movimientos no convencionales (cuando avanza con total soltura sentada en el piso y con las piernas abiertas) que adquieren importancia. A estas rarezas se suman otras, articuladas en la misma dirección de potenciar un mundo irreal, bello y misterioso. En ese sentido, sobre una pared del fondo contigua a las columnas se proyectan imágenes animadas: un paisaje natural que cobra vida y se mueve, pero también los cuerpos de los intérpretes que, una vez que traspasan la columna, continúan bailando o moviéndose en la pantalla. Esa ilusión de continuidad expande aún más los desencuentros y espejismos entre los personajes (las larguísimas mangas de la camisa se convierten en alas y él se aleja volando) y deviene un ejemplo acabado del uso de la tecnología al servicio de la narración y no por mero capricho. “No quería hacer una historia de época, pero sí había algo de la expresividad y la potencia del romanticismo que me atraían mucho y quería incluir en el trabajo, sin ir en contra de la libertad y la comodidad que exige la danza. Por eso el vestuario no limita los movimientos, bailan descalzos y se sacan partes de la ropa”, cuenta Mazur, que se lanzó a dirigir motivada por las ganas de generar un proyecto personal sin ataduras externas. “Me interesaba trabajar con un hombre y una mujer. En las improvisaciones surgieron enseguida situaciones relacionadas con la atracción, la seducción, las fantasías”, agrega la directora que de niña se dedicó a la gimnasia deportiva, luego a las danzas folklóricas israelíes y, más tarde, se formó en distintas técnicas contemporáneas hasta llegar a integrar unas de las compañías europeas más prestigiosas, Rosas, de la coreógrafa belga Anne Teresa Dekeersmaeker. El espíritu enérgico y desenfadado de sus trabajos anteriores perdura en éste, aunque se suman una mayor carga emotiva, buenas dosis de humor y el cruce con nuevas tecnologías, que le valió el Primer Premio del Concurso Mac Station Paradigma Digital. “En muchos espectáculos de danza contemporánea, el movimiento no está al servicio de la emoción. A mí me interesa que estén unidos, que el movimiento refleje una verdad emocional”, concluye la artista.
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