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APALABRADOS

MATERIA OPINABLE

VARGAS LLOSA Y LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

En el día de ayer, el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, dio una conferencia en la Feria del Libro.

No me referiré en este espacio del ridículo en el que cayó algún personaje de la política cultural vernácula que llegó a plantear la posibilidad de vetar al autor su participación como orador en la Feria, porque de eso ya se ocuparon otros y porque ¿la verdad? me da vergüenza ajena.

Quiero destacar aquí algunas frases pronunciadas por el escritor en relación con los libros y la libertad y otros temas de los que hablamos habitualmente en nuestras clases:

"Leer nos hace libres, a condición de que podamos elegir los libros que queremos y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las orejeras con que aprisionan la vida."

"No es sorprendente  que los libros hayan despertado a lo largo de la historia la desconfianza, el temor y el recelo de los enemigos de la libertad, de quienes se creen dueños de verdades absolutas, de todos los fanáticos."

"Nazis, fascistas, comunistas, caudillos militares y civiles trataron de domesticar el espíritu crítico que es el motor del cambio, pero siempre han fracasado. Dejando una miríada de víctimas, torturados y asesinados."

"No me gusta la idea del escritor encerrado en un mundo de pura fantasía.Aunque la literatura es mi pasión, yo necesito siempre tener un pie en la calle, en lo que ocurre a mi alrededor. Para no quedar confinado en un mundo de pura irrealidad."

Por si no tuviste oportunidad de verlo, acá va el video de su discurso. Para usar un título robado (gracias, Don José Saramago): un Ensayo sobre la Lucidez.

 

 

POR LA MEMORIA

 

 

Contratapa  |  Miércoles, 17 de marzo de 2010

 

Fotos y recuadros

 

Por Eva Giberti

 

Los vemos fotografiados como si fueran personas comunes, como tantos otros, sentados en fila, a veces con aire solemne, en oportunidades como borrachos, pero siempre rigurosamente trajeados, como si el traje y la corbata los condujese a reconocer la seriedad del trámite y la investidura del tribunal. Menos uno que aparece en pullover, deportivamente, para poder arremangarse y diferenciarse de los otros como el que se atreve a más y tiene más poder o más capacidad de seducción masculina, diferenciación histórica entre las fuerzas armadas.

Por fin podemos mirarlos, recortarlos, y con sus figuras armar nuevas escenas, como cuando los chicos diseñan sus collages. Una vez recortados podemos pegarlos en el borde de la hoja o meterlos en un estanque, pintado con lápiz celeste, junto con los patos, o como parte de la  granja sentados en tractores, o armar un escenario y sentarlos como público en una fiesta de fin de año mirando a los niñitos que cantan el himno. Podemos recortar esas fotografías destrozando la página del diario y construir miles de imágenes, como si fuéramos los dueños de esas vidas. Que ahora deben responder ante la Justicia porque ellos armaron las trágicas escenas que el 24 de marzo conmemora, cuando algunos de ellos sentados frente a su escritorio firmaban las órdenes que hoy dicen no haber firmado.

Esas fotos no nos muestran a quienes nos miran de frente, salvo un primer plano buscado por algún periodista, están de costado o mirando hacia abajo, escondida la mirada por el azar fotográfico.

Son las caras de quienes torturaron y desaparecieron cuando se enancaron en un 24 de marzo para perdurar indefinidamente.

Si volteamos las hojas de Página/12, otras son las fotos que nos miran de frente, desde el vacío de la ausencia, la cara de otro que existía y que fue expulsado de su vida, que está presente cada día. Pero no es ésa la cuestión, la del recuerdo interminable. Desde esas caras que surgen en el diseño de las páginas se reconoce el alerta escondido que brota desde la ausencia. Pero difícilmente se encuentre el sobresalto que podría surgir en el Yo de quien las mira como si no importaran, como un recuadro más del diario. Pero no son un recuadro más, son los desaparecidos.

Esas caras que parecerían ajenas, vaya a saber quiénes serían aquellas gentes desaparecidas que, en la letra del periódico, enhebran mensajes amorosos escritos por amigos y familiares, aparecen y nos alertan, sin que las escuchemos, diciéndonos que la lucha que les robó la vida no terminó.

Ese sujeto que desde el recuadro me mira fatalmente me sobresalta, aunque no quiera atenderlo ni recordarlo. Es un prójimo que apela a mi indiferencia y a mi descuido, que me descubre desde su mirada, como diría Sartre: “La mirada que manifiestan los ojos, no importa de qué naturaleza éstos sean, es puro retorno a mí mismo”.

El surgimiento de ese otro que me mira no es solamente una molestia que se trata de eludir sin mirarlo ni leerlo, ese prójimo que me despoja de mi libertad, como diría Sartre, para quedarme tranquilo y pensar que el horror terminó porque Strassera dio la orden “Nunca Más”. Ese prójimo ocupa el lugar de la palabra viva de cada día, despertándonos.

Ahora podemos entrar en el campo de los asesinos, podemos mirarlos mientras viven, congelarlos en las fotos y recortarlos, por lúgubre que parezca la idea, sin embargo, mientras tanto se cocina el engaño y se perfecciona la trampa: son otros, invisibles, los que están esperando su turno para volver como sea.

Si éste es el comentario para un 24 de marzo, no parece un homenaje a la memoria de los ausentes, menos aún un recordatorio triunfal. No lo es porque la tensión positiva que produce el mirar a los enjuiciados no aminora los efectos del terrorismo de Estado en las generaciones sucesivas ni la inspiración que suscitaron en otros que ahora se enmascaran tras la demanda de mano dura.

Resaltar la singular coyuntura que enlaza a los victimarios siendo juzgados, con sus fotos publicadas en las mismas páginas que honran sus víctimas en homenaje permanente, sólo pretende recordar que cada recuadro es parte de una lucha en la historia del país y como tal corresponde sea leído y mirado. Los otros trajeados con saco y corbata se recordarán como los que ensangrentaron y empobrecieron al país. Sus admiradores activos no están siendo juzgados, todavía.

 

                                                                                       Página 12

DÍA DE LA MEMORIA

      Muchos se quedaron, siguieron oliendo el aire, que ya no venía de rosas ni de gloria sino de muerte, de ausencia, de manos vacías... Porque esta tierra ya no era su tierra sino -apenas- tierra. Tierra-trinchera, tierra-celda, tierra-tumba. Tierra-cuna de niños sin nombre o -lo que es peor- con otros nombres que probablemente no hubieran sido los elegidos por sus padres legítimos (noveles e involuntarios moradores de la tierra-tumba). O tal vez sí, quién sabe.

No alcanzaron estas más de tres décadas para restañar heridas, para recuperar el nombre propio, para no dejarse ganar por el sobresalto frente a un portazo o a una frenada abrupta a mitad de la noche.

Sólo cuando el último genocida haya purgado su culpa -y nunca será suficiente el castigo- ; cuando el último nieto se haya encontrado con su familia de sangre; cuando la tierra vuelva a ser la madre tierra, la que cobija y da alimento; sólo entonces -tal vez- nuestros muertos puedan descansar en paz.